14 febrero, 2011

La dicronía entre películas y actualidad

¿Cuánto tiempo tarda en cine en reaccionar a la actualidad? Sabemos que el proceso de realizar una película es lo suficientemente complejo y lento como para que tengamos que darle una tregua a la inmediatez de sus discursos, pero a veces cuesta ajustar nuestras necesidades analíticas. Cierto es que podremos seguir considerando el cine dentro de un contexto social, tanto en su capacidad para analizar el pasado reciente, como para adecuarse a su presente o incluso pronosticar el futuro. Hay suficientes y valiosos estudios al respecto como para ponerlo en duda. Sin embargo, esa desincronización tan aguda es obviada continuamente y no podemos dejar de pensar que llegan siempre tarde y mal.


Un ejemplo del pasado año fue la decepcionante “Green Zone: distrito protegido” (Paul Greengrass, 2010). Repaso mis notas al respecto de la película y encuentro esta frase: “esto trae como consecuencia una simplificación de los elementos que la componen ante la responsabilidad de ajustarse no sólo a lo “histórico” si no a la latente necesidad de explicitar su posición política, su moraleja a modo de falsa expiación”. Reconozco en estas palabras de mi yo del pasado como una crítica a la excesiva predisposición del cine actual a resultar forzosamente alegórica y explícito, pero encuentro que mi referencia a la adecuación de un modelo histórico planteaba una semilla de la duda que aquí expongo: Donde “Green Zone” pecaba de una ingenuidad y anacronismo demoledor al mostrar como gran revelación la ausencia de armas de destrucción masiva y la responsabilidad de su protagonista para con la verdad, ahora me pregunto si no estábamos ante un antecedente de las filtraciones de Wikileaks.


Por supuesto, esto no cambia mi parecer de la película, pero encuentro significativo que esa desincronización de la que hablo haya beneficiado a la misma hasta el punto de no ser una nota que llega tarde si no un puente (o un adelanto) a una realidad inmediata. El análisis puede ser anecdótico y superficial, pero plantea muchas preguntas. Es cierto que asociamos la integridad de las filtraciones con el ametrallador sonido de las máquinas de escribir al final de “Todos los hombres del presidente” (Alan J. Pakula, 1976), y no me conviene a mi (por ignorancia) analizar los ciclos históricos que nos llevan de nuevo a la desconfianza y la responsabilidad civil, pero quizás haya otra manera de entenderlo.


Pienso en las palabras del humorista Stephen Colbert en su célebre monólogo en la Gala de Corresponsales de Prensa de 2006. “Estas cosas se mantienen en secreto por una razón: son super deprimentes. (…) Durante los últimos cinco años fuisteis muy buenos en temas sobre recortes de impuestos, información sobre armas de destrucción masiva, los efectos del calentamiento global. Nosotros los americanos no queríamos saberlo, y vosotros tuvisteis la cortesía de no averiguarlo. Aquellos fueron buenos tiempos… que nosotros sepamos. (…) Simplemente corregid la ortografía y largaros a casa. (…) Escribid esa novela que teneis dando vueltas en vuestra cabeza, ya sabéis, esa del intrépido reportero de Washington que tiene coraje para enfrentarse a la administración. Ya sabéis: ¡ficción!”. Y pienso en ellas sobre el gran cambio que supone hoy por hoy la información gubernamental.

En tiempos donde los políticos hacen ruedas de prensa donde no se admiten preguntas, donde gobiernos cierran internet para acallar revueltas populares o donde se alaba las luchas del país vecino por las libertades mientras se evita correr la misma suerte que ellos, ha aumentado la actividad ciudadana para evitar esa desinformación. ¿Somos más comprometidos, más desconfiados o nos hemos habituado más a la multitarea de los medios, a encontrar tanto la versión oficial en el periódico de tirada nacional o las contradicciones de esa versión en un link de Twitter? Wikileaks ha contado con un gran apoyo en la red, aunque cabría ser un poco pesimista y preguntarse si las filtraciones han servido para algo más que vender periódicos. Sí, quizás estemos más informados, pero si esa es toda la satisfacción que obtenemos, sin que surjan cambios, algo estamos haciendo mal.

Eso nos devuelve de nuevo al cine, a su capacidad icónica y a su popularidad como medio, incluso entre aquellos a quienes no les interesa contrastar información. ¿Propaganda en el buen sentido? Tal vez. Tal vez disparos a quemarropa a nuestro cerebro, que siembren las dudas y nos devuelvan ese papel activo. El cine es un acto político, nos guste o no, incluso cuando no pretende serlo (o quizás ahí, más que nunca) dice mucho de nuestros posicionamientos. He rechazado abiertamente cierta categoría moral de las películas y cierta tendencia al sermón en las mismas, pero no puedo renunciar a su significado, contexto e influencia.

Nótese que la revista Time "espectaculariza" el rostro de Zuckerberg para asemejarlo al poster de la película. He aquí la hiperrealidad. Otra vez.

Sorprende la portada de la revista Time a Mark Zuckerberg, aupado por la popularidad de su invento y por su reflejo en la pantalla, la no tan crítica “La red social” (David Fincher, 2010) pero esa nueva relevancia a los hechos de un pasado reciente y que el cine ha vuelto a poner bajo los focos plantean una salida digna. Incluso cuando sirven para ayudar a El Mal, como es el caso. Pensamos lo inútil que sería la alegoría de Tony Blair en “El escritor” (Roman Polanski, 2010), hecho que no evita que sea una película notable, pero a lo mejor conviene fijarse en la atemporalidad de la enmarañada burocracia – eterno “vuelva usted mañana” que diría Larra – de “Buried” (Rodrigo Cortés, 2010). Huimos de la simpleza conciliadora de “Balada triste de trompeta” (Álex de la Iglesia, 2010) para fijarnos en la catártica resistencia de “De dioses y hombres” (Xavier Beauvois, 2010) o la aniquilación del hiperconsumidor de “Exit through the gift shop” (Banksy, 2010).

El cine tiene una tarea difícil para retratar realidades cuando consume tanto tiempo en perfilar esos retratos. Quizás la responsabilidad pase no por resignarse a esa impuntualidad si no por aprovecharse de ella, por revisitar la actualidad ante los ecos del pasado o trazar mapas de futuros distópicos. En resumen, que el cine político no nazca de la respuesta inmediata si no de la reflexión atemporal. No sé si con esto he conseguido llegar algo, pero es mejor plantearlo hoy que mañana.

by Henrique Lage

3 comentarios:

pablo maqued dijo...

Acertadísimo. Felicidades Henrique.

Findor dijo...

Siempre he creído poco en el cine "reaccionario" precisamente por ese riesgo inherente a llegar siempre tarde y quedar obsoleto nada mas empezar.

Quizá este tipo de cine es el que debe buscar de forma mucho mas insistente la perfección formal para evitar esa obsolescencia.

Jose Manuel González dijo...

El siglo XXI comienza justo ahora, quizá aquí mismo... Un poco de fé.